Nuestros gustos cambian, como nuestro color preferido cuando éramos niños. Aprendemos a luchar por la vida. Cosas que antes lo eran todo para nosotros pasan a no significar nada y las que ignorábamos pasan a serlo todo. A veces nos encerramos en nuestra infancia, no queremos empezar a ser adultos, a preocuparnos por cosas reales, no queremos tirar nuestros playmobils ni embalar nuestras muñecas. Pero al final entendemos que no nos queda otra. En situaciones así tenemos que dejar lo que queremos a un lado y madurar. Por nosotros mismos, por los que nos rodean, aunque nos duela. Aunque sea lo último que nos apetece. Porque solo así nos podemos enfrentar a nuestro futuro como verdaderas personas y tomar la decisión conveniente. Y los años siguen pasando, la vida siempre es igual, son fases: Infancia-Adolescencia-Adulto y Vejez. ¿En cuál somos más felices? En todas. Hay que aprender a ser felices en todas las situaciones que nos toquen, porque algunas serán malas y otras mejores, nunca serán solo buenas o simplemente malas. Muchos piensan que siendo niños y no sabiendo nada de la vida somos más felices, pero felices no es la palabra en este caso. Puede ser que siendo ignorantes y no conociendo la situación en la que vivimos todo pase mejor y más rápido, pero no podemos hacer eso, porque nos acabaremos haciendo daño y no sólo a nosotros sino a las personas que nos quieren. Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia.
De estas etapas voy aprendiendo que aunque cada día nos va cambiando y modificando parte de nuestra vida, hay cosas que nunca cambian, seguimos sufriendo, no de la misma manera pero seguimos haciéndolo, seguimos teniendo la misma ilusión en las cosas que nos importan y seguimos queriendo de la misma forma, aunque los demostremos de formas distintas.
¿Quereis un consejo? Pues aquí va:
Sueña. Ríe. Lucha. La vida merece la pena.
Caar(:
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